El imperio fatimí fue el cuarto califato islámico y pertenecía a la rama chií ismaelita. Gobernó el Norte de África del año 909 al 1171. Inicialmente basada en Tunicia, la dinastía rigió a lo largo de la costa mediterránea de África y convirtió Egipto en el centro de su califato. En su momento máximo, el califato incluía, además de Egipto, varias áreas del Maghreb, Sudán, Sicilia, el Levante y Hegaz.
El Origen
El nombre "fatimí" deriva del nombre de la hija del profeta Muhammad s.a.w, Fátima az-Zahra r.a, y su esposo, Alí, primo del profeta. La dinastía y sus seguidores pertenecían a la corriente ismaelí dentro de la rama del islam de los chiíes.
La dinastía fue fundada cuando un dirigente local en el oriente de Argelia se declaró el Mahdí o el "de guía divina" y el califa o imam. Legitimó su pretensión como descendiente del Profeta por vía de la hija del Profeta, Fátima Zahra, y su esposo, Ali ibn Abu Talib, primo del Profeta.
Esto ocurrió en Quairuán, ciudad ubicada en el centro de Túnez, pero su control pronto se extendió a todo el centro del Magreb, área formada por los actuales países de Marruecos, plazas de soberanía españolas, Argelia, Túnez y Libia.
Esto ocurrió en Quairuán, ciudad ubicada en el centro de Túnez, pero su control pronto se extendió a todo el centro del Magreb, área formada por los actuales países de Marruecos, plazas de soberanía españolas, Argelia, Túnez y Libia.
La Creciente
En el 922 se incorporó el emirato idrisí de Fez, el cual en el 925 se independiza. En el 927 se vuelve a incorporar al califato, y no es hasta el 937 cuando los idrisíes se vuelven a independizar de nuevo.
Los fatimíes entraron en Egipto en 972, donde fundaron una nueva capital junto a la ciudad de Fustat a la que llamaron al-Qáhira, que significa "La Triunfante". Siguieron conquistando las áreas circunvecinas hasta que gobernaron desde Túnez a Siria, y llegaron hasta Sicilia.
A diferencia de otros gobiernos del área, el ascenso fatimí en cargos de Estado dependía más del mérito que del linaje, los cohechos y las intrigas. Los miembros de otras ramas del islam, como los sunníes, tenían tantas probabilidades de ser nombrados a puestos de gobierno como los chiíes. La tolerancia se extendía hasta los no musulmanes, como los cristianos y judíos que ocupaban los niveles más encumbrados del gobierno únicamente gracias a su capacidad.
El Califa el Hakim
El imperio siguió creciendo y floreciendo bajo el califa Al-Hakim, cuyo reinado empezó con la construcción de la gran mezquita entre Bab Al-Futuh y Bab An-Nasr en El Cairo (la Mezquita de al-Hakim). Rompiendo con la tradición, se mezcló con su pueblo para tomar el pulso de sus súbditos. Sin embargo, gradualmente, fue enloqueciendo hasta que ejecutaba a cualquiera que le desagradara y promulgó leyes arbitrarias, como la proscripción de los zapatos de mujer o la prohibición de trabajar de día y dormir de noche.
Con su locura también acabó la tolerancia hacia cristianos y judíos, a quienes cargó con varias leyes, entre ellas la obligación de llevar ropas distintivas. En 1009, Al-Hakim hizo destruir la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén. Este hecho fue la excusa bajo la que se convocó la Primera Cruzada en 1099, a pesar del tiempo transcurrido, de que el emperador bizantino Constantino IX reconstruyó la iglesia en 1048 y de que la situación de los cristianos palestinos había vuelto a su cauce tras la muerte del califa.
Su muerte está velada por el misterio: simplemente desapareció cuando daba un paseo nocturno en burro, solo, por los alrededores del monte Muqattam, en las inmediaciones de la capital. La mayoría pensó que había sido asesinado para propiciar un cambio en el poder, pero algunos afirmaron que era divino y había ascendido a un ámbito espiritual. Los creyentes de esta tradición son conocidos como drusos y aún viven en el Líbano, Siria, Jordania e Israel. El impulso de divinizar al imam, esto es, al máximo guía espiritual, que en el caso fatimí era el califa, parece haber estado presente en el chiismo popular desde siempre, aunque es contraria al islam: el imam Ya'far al-Sadiq llegó a ordenar que murieran en la hoguera las personas que habían querido considerarle divino. Parece que Al-Hakim, al contrario, no hizo nada para evitar su divinización, sino que más bien la alentó.
El Fin
Después de aproximadamente 1060, el territorio fatimí fue encogiéndose hasta que apenas lo componía Egipto. Con la enfermedad y muerte del último califa fatimí, en 1171, Saladino, fundador del dinastía ayubí, sumó Egipto al Califato Abbasí y Egipto volvió a la rama sunní del islam, con lo que tocó a su fin la dinastía chií fatimí.
Con ello quedó además destruido el gran centro de poder ismailí, dejando el protagonismo en el ismailismo a la rama de los nizaríes, asentada principalmente en Irán y Siria.
Los fatimíes entraron en Egipto en 972, donde fundaron una nueva capital junto a la ciudad de Fustat a la que llamaron al-Qáhira, que significa "La Triunfante". Siguieron conquistando las áreas circunvecinas hasta que gobernaron desde Túnez a Siria, y llegaron hasta Sicilia.
A diferencia de otros gobiernos del área, el ascenso fatimí en cargos de Estado dependía más del mérito que del linaje, los cohechos y las intrigas. Los miembros de otras ramas del islam, como los sunníes, tenían tantas probabilidades de ser nombrados a puestos de gobierno como los chiíes. La tolerancia se extendía hasta los no musulmanes, como los cristianos y judíos que ocupaban los niveles más encumbrados del gobierno únicamente gracias a su capacidad.
El Califa el Hakim
El imperio siguió creciendo y floreciendo bajo el califa Al-Hakim, cuyo reinado empezó con la construcción de la gran mezquita entre Bab Al-Futuh y Bab An-Nasr en El Cairo (la Mezquita de al-Hakim). Rompiendo con la tradición, se mezcló con su pueblo para tomar el pulso de sus súbditos. Sin embargo, gradualmente, fue enloqueciendo hasta que ejecutaba a cualquiera que le desagradara y promulgó leyes arbitrarias, como la proscripción de los zapatos de mujer o la prohibición de trabajar de día y dormir de noche.
Con su locura también acabó la tolerancia hacia cristianos y judíos, a quienes cargó con varias leyes, entre ellas la obligación de llevar ropas distintivas. En 1009, Al-Hakim hizo destruir la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén. Este hecho fue la excusa bajo la que se convocó la Primera Cruzada en 1099, a pesar del tiempo transcurrido, de que el emperador bizantino Constantino IX reconstruyó la iglesia en 1048 y de que la situación de los cristianos palestinos había vuelto a su cauce tras la muerte del califa.
Su muerte está velada por el misterio: simplemente desapareció cuando daba un paseo nocturno en burro, solo, por los alrededores del monte Muqattam, en las inmediaciones de la capital. La mayoría pensó que había sido asesinado para propiciar un cambio en el poder, pero algunos afirmaron que era divino y había ascendido a un ámbito espiritual. Los creyentes de esta tradición son conocidos como drusos y aún viven en el Líbano, Siria, Jordania e Israel. El impulso de divinizar al imam, esto es, al máximo guía espiritual, que en el caso fatimí era el califa, parece haber estado presente en el chiismo popular desde siempre, aunque es contraria al islam: el imam Ya'far al-Sadiq llegó a ordenar que murieran en la hoguera las personas que habían querido considerarle divino. Parece que Al-Hakim, al contrario, no hizo nada para evitar su divinización, sino que más bien la alentó.
El Fin
Después de aproximadamente 1060, el territorio fatimí fue encogiéndose hasta que apenas lo componía Egipto. Con la enfermedad y muerte del último califa fatimí, en 1171, Saladino, fundador del dinastía ayubí, sumó Egipto al Califato Abbasí y Egipto volvió a la rama sunní del islam, con lo que tocó a su fin la dinastía chií fatimí.
Con ello quedó además destruido el gran centro de poder ismailí, dejando el protagonismo en el ismailismo a la rama de los nizaríes, asentada principalmente en Irán y Siria.
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